Textos

RECONSTRUIR LA ARQUITECTURA
Thomas Dutton / Lian Hurst Mann comp.
1996
(Extractos; traducción libre)

EL MODERNISMO, EL POSTMODERNISMO Y EL PROYECTO SOCIAL DE LA ARQUITECTURA
Thomas Dutton y Lian Hurst Mann


LA RESPUESTA DE LA ARQUITECTURA
[...]
A comienzos del s. XX, el movimiento moderno en arquitectura detentó la premisa básica de que la arquitectura tenía el poder de movilizar a la sociedad y transformarla. Aquellos modernistas [...] tenían en común la creencia de que la arquitectura era capaz de curar las enfermedades sociales y prevenir (o hacer) la revolución. El arte y la tecnología, unidos en la producción masiva, podrían traer un bienestar social creciente, así como una lúcida conciencia democrática a las masas oprimidas y contribuir a la segura marcha hacia adelante del progreso humano. Conceptos como el de “nueva objetividad” afirmaban que las cualidades abstractas y universales de la reproducción tecnológica podrían aparejar una mayor equidad. No sólo un mayor acceso a la vivienda, sino un acceso más amplio a los bienes y la experiencia social colectivos, resultando posiblemente en un estilo internacional común. En un tiempo en que la Unión Soviética y la República Alemana de Weimar estaban embarcadas en una construcción socialista y en que la revolución social era o parecía inminente en muchos países del mundo, la idea de una arquitectura internacional unificada en propósito, contenido y forma se acordaba perfectamente con los movimientos sociales institucionalizados conducidos por las Internacionales Socialistas y Comunistas, que luchaban por la mejora de la condición humana por encima de las fronteras nacionales.
Hacia mitad de siglo [...] la crítica del impacto social negativo de las formas tecnológicas homogéneas e industrializadas del modernismo comenzó a poner en tela de juicio la creencia en el compromiso positivo de la arquitectura con la sociedad. [...] La fe en el poder redentor de la arquitectura moderna fue ceremonialmente demolida con el fracaso del proyecto público de vivienda Pruitt-Igoe en Saint Louis, en lo que Charles Jencks llamó “el nacimiento del postmodernismo” en arquitectura en su libro de 1977 El lenguaje de la arquitectura postmoderna [...].
En el período subsiguiente, sobrevino un cambio en el sistema de ideas de la arquitectura comparable al de otros planos –de una búsqueda de la arquitectura como agente material de cambio social a una exploración de la arquitectura como lenguaje relacionado con la sociedad como modo de expresión cultural o como sistema de signos, ora de afirmación de la cultura burguesa o bien de resistencia a ella-.
[...] El modo en que la arquitectura ha modelado y ha sido modelada por las corrientes postmodernas recientes puede caracterizarse como un abandono del compromiso modernista con los proyectos progresistas avanzados. Un ejército virtual con múltiples regimientos alineados en torno a la crítica al modernismo se ha organizado para una efectiva retirada de una práctica social progresista a través de la generación de nuevas estrategias dirigidas a desligar la arquitectura de su sentido social.
Con el crecimiento de estos regimientos, el valor político de la teoría arquitectónica ha virado de desarrollar estrategias para el creciente compromiso social de la arquitectura hacia conformarse con armar justificaciones tácticas para su desentendimiento de las fuerzas crudas e inhumanas que rigen la vida social moderna, lo que también es una postura profundamente social. En los capítulos siguientes se hará referencia a los personajes y las fuerzas institucionales específicas que lideran este repliegue.

El repliegue hacia la tradición
El regimiento organizado para este repliegue ve la arquitectura como un sistema de signos potencialmente capaces de recuperar el significado perdido para una población culturalmente despojada -alienada (no por la pobreza económica o social, sino) por la pobreza de los símbolos culturales- que podrían proporcionarle un sentido de continuidad con las tradiciones pasadas. [...] Para superar la pérdida de sentido, este retorno al humanismo adopta formas culturales populares o redescubre el historicismo neoclásico.

El repliegue hacia una estrategia de negación
[...] este regimiento promueve una contra-interpretación del significado de la arquitectura como lenguaje. Remitiéndose a los finales del s. XIX y principios del XX, [...] los nuevos diseñadores antitradicionalistas subvierten la convención de un lenguaje universal y la creencia en referentes culturales comunes reivindicando la diferencia, la ruptura, la fragmentación y una heterogeneidad radical. [...] Un líder de este movimiento, Peter Eisenman, explica: “Tanto como contra el significado estético de cada objeto, función y mensaje arquitectónico, una arquitectura dislocadora debe luchar contra su celebración o simbolización; debe dislocar su propio significado.”
[...]
Esperando, una vez más, que el arte nos libre de las causas de los males sociales, estas estrategias de desorientación estética desafían, en efecto, los postulados estéticos heredados y producen una subversión de una estética unitaria. Pero no ofrecen una estrategia opositora socialmente viable. La renovación perceptual [...] ha sido [en alguna ocasión] una estrategia efectiva. Pero las estrategias artísticas históricamente progresistas de la vanguardia de comienzos del s.XX, que luchaban para socavar el establishment artístico en vista de la institucionalización y el conformismo creciente del arte y buscando aliarse con los movimientos sociales en su lucha por un cambio radical, no son directamente aplicables hoy día, frente al tremendo poder de cooptación de la industria cultural y el alejamiento de las experiencias postmodernistas de los movimientos sociales de oposición. Como dice Fredric Jameson, las estrategias de la primera vanguardia hacia un arte política no tuvieron que enfrentarse a la absorción del inconsciente y la apropiación de la renovación perceptual que han sobrevenido en la posguerra, con la expansión de un capitalismo trasnacional acompañada de la colonización, no sólo del Tercer Mundo pre-capitalista, sino también del inconsciente de la mente humana. [...] Las estrategias creativas de subversión estética formal no sólo son dudosamente subversivas, sino que actualmente aportan a la cultura convencional hegemónica fuentes de renovación constante, en un tiempo en que la experiencia vivencial es la fragmentación, no la totalidad, y en que “la diferencia y la identidad son lo mismo” dentro de una cultura hegemónica global.

El repliegue hacia el proceso socialmente responsable
[...] en marzo de 1993 el Instituto Pratt organizó en Nueva York, en colaboración con Arquitectos, Diseñadores y Urbanistas por la Responsabilidad Social, una muestra mundial de proyectos de estudiantes para abordar la cuestión “Qué es un diseño socialmente responsable”. Tras dos jornadas agotadoras, se alcanzó el siguiente consenso:
Un diseño socialmente responsable celebra las diferencias sociales, culturales, étnicas, de género y sexualidad; es crítico de las asimetrías existentes en las estructuras sociales y las relaciones de poder y trata de redistribuir los recursos y el poder más equitativamente; cambia la sociedad; pone en cuestión continuamente sus propias premisas sociales, culturales y filosóficas y, a través de una dialéctica constante, trata de que sus fines sean congruentes con sus medios; trata de desarrollar estrategias de intervención pública y democracia participativa.
Un diseño socialmente responsable reconoce que sólo la gente afectada por un entorno tiene derecho a decidir sobre él; evita usar lenguajes profesionales o privativos mistificadores; [...] reconoce que el proceso de apoderamiento sólo puede ser un auto-apoderamiento y que los proyectistas tienen que involucrarse en experiencias mutuamente apoderantes con los desapoderados; reconoce que el auto-apoderamiento participativo es un proceso sin fin, una lucha continua, que no existe un estado ideal o utópico alcanzable.
[...] este regimiento privilegia el proceso sobre el producto, creyendo p.ej que [...] “el principal propósito de la participación no son buenos edificios sino buenos ciudadanos de una buena sociedad”. La estética es relegada a una cuestión intrascendente, rechazada. He aquí una discrepancia con los defensores de esta posición: ellos denuncian el poder político de la estética en el sostenimiento del sistema hegemónico, pero no asumen ninguna responsabilidad sobre su propia producción estética. Entienden que la estética pude ser usada por los formalistas aliados con los intereses dominantes para reproducir el statu quo, pero reniegan del poder de la estética para promover una cultura opositora.

REORIENTACIÓN HACIA UNA PRÁCTICA CONSTRUCTIVA CRÍTICA

[...] la resistencia por medio del repliegue no es sino un camino avanzado hacia el conformismo.
La construcción de un conocimiento pertinente es una práctica de construcción estratégica y crítica en sí misma. Y todas las variedades de práctica mencionadas presentan problemas para la construcción de [ese] conocimiento. La experimentación formal sin el involucramiento de fuerzas sociales –la forma sin intención o contenido político expreso- produce una visión parcial de autonomía formal auto-referenciada que juega un rol estratégico en el mantenimiento del statu quo. Prácticas de arquitectura socialmente críticas que no se hacen cargo de la interdependencia entre la estética formal y el orden social y cultural –la intención declarada sin forma ni contenido- hacen historia declamativa pero se desentienden de la acción histórica de la arquitectura, es decir, de su poder de incidencia cultural a través de la experiencia vivida. Y el análisis que se contenta con una crítica descriptiva detallada de la interdependencia entre arquitectura y sociedad pero rechaza toda práctica de diseño positiva –la forma y el contenido sin la intención práctica- se mantiene en el terreno del discurso sin asumir ninguna estrategia de práctica social comprometida con el cambio.
[...] Todo practicante crítico de un diseño o un discurso arquitectónico que no se posicione en el campo de batalla social global [...] estará en primera fila entre los intelectuales que sirven a la clase dominante. [...] Es solamente a través de una continua re-orientación del propio ser social y una constante re-ubicación de la propia experiencia vivida en relación a la arquitectura y la sociedad que puede desarrollarse una estrategia de construcción anti-hegemónica consciente y crítica.
En respuesta a las estrategias modernas de “compromiso social” que se han asociado a las fuerzas dominantes del capital, así como a las estrategias postmodernas de prescindencia social que apuntalan implícitamente la hegemonía burguesa, un contingente creciente de críticos y profesionales trata de reconstruir el proyecto social crítico de la arquitectura. [...] Este libro no es otra historia del modernismo, sino que intenta reabrir la cuestión social en la arquitectura, asimilar enseñanzas de las luchas sociales y reformular los problemas de la construcción de conocimiento a través de la práctica de la arquitectura de un modo de resistir la hegemonía burguesa, proponer construcciones alternativas y reconocer la dinámica continua de lucha en cualquier práctica constructiva social.
[...] Reconocemos y valoramos altamente las diversas perspectivas de los autores aquí presentados. Al mismo tiempo, asumimos la responsabilidad de tratar de generar un proyecto a partir de premisas comunes necesarias pero aún insuficientes.
Cada capítulo se remite a un discurso opositor particular dentro del campo de la arquitectura: feminismo, arquitectura social, activismo, ambientalismo, estudios culturales y pedagogía crítica, estudios raciales, teoría crítica y postestructuralismo / deconstructivismo. [...]
Los capítulos son interdependientes. Así, en sus contenidos y su proceso de producción, el libro representa y propone un diálogo: cada capítulo expone un problema y propone un encare que se nutre de su propia especificidad, pero también queremos crear un colectivo mayor, proponer un intercambio y una solidaridad generada por la interrelación de los capítulos sin minimizar o despolitizar su especificidad. Abarcando diversas críticas al proyecto modernista de cambio social y a su contestación postmoderna, el libro reconstruye el proyecto social de la arquitectura, constituyendo él mismo, un componente de dicho proyecto.
LA SEGUNDA NATURALEZA: ACERCA DE LA CONEXIÓN SOCIAL DE LA ECOLOGÍA Y LA ARQUITECTURA
Richard Ingersoll


Antiecología

Ecología y arquitectura son concubinas tan extrañas como íntimas. La primera estudia cómo en el medio natural todo está relacionado con todo, mientras la última es, en esencia, la reacción de la imaginación humana ante la inhospitalidad del medio natural para su habitar. Por añadidura, la producción de edificios, ciudades e infraestructuras regionales ha suministrado el impulso para trasformaciones industriales y tecnológicas que han trastrocado el medio natural. Dado el impacto de las intervenciones humanas de los dos últimos siglos, es difícil alegar que todavía subsista algo así como “la naturaleza”.
La invocación de la ecología en el discurso arquitectónico conlleva una paradoja histórica, desde que cada acto de construcción es intrínsecamente antiecológico, al producir una perturbación de las relaciones naturales. Según sus creyentes más fieles, la arquitectura es una segunda naturaleza. Como lo expresa sintéticamente Louis Kahn, “La arquitectura es lo que la naturaleza no puede hacer”. Entre las varias tácticas intelectuales para mitigar el antiecologismo de la arquitectura están la representación simbólica de la naturaleza, el uso de formas construidas imitando o exaltando rasgos naturales y la apelación a analogías con teorías de la naturaleza en los métodos de diseño. [...]
A partir de los movimientos sociales de los años 60, la ecología se ha vuelto un tema ineludible y ha sido admitida como un convidado de piedra en la teoría arquitectónica. La alarma sobre la contaminación industrial, el disgusto con el despilfarro de la cultura consumista y el reconocimiento general de que la tecnología humana ha acelerado la entropía al punto de poner en peligro la supervivencia de la especie forman parte de las preocupaciones sociales que han hecho surgir un imperativo de “arquitectura ecológica”. [...] Aunque la entropía es teóricamente irreversible, existen variadas estrategias conservacionistas en la agricultura, la industria y la urbanización –las tres mayores fuentes humanas de agotamiento ambiental- para disminuir la entropía y promover un ambiente “sostenible” [lo que] es una cuestión al mismo tiempo ética y tecnológica. [...] En la disyuntiva entre el imperativo moral y el deseo de bienestar material se delinean las posiciones más extremas sobre ecología y arquitectura.
Como otros aspectos prácticos de la construcción, la cuestión de la sostenibilidad en arquitectura es abordada habitualmente con criterios técnicos más que sociales o históricos. Y como cualquier otra teorización, está imbricada en un conglomerado de antecedentes, algunos que se explican en documentos escritos y otros en lo construido. El hecho, por ejemplo, de que desde los tiempos de las culturas más antiguas hasta el advenimiento del control climático artificial se practicaban principios solares pasivos intuitivamente, aunque no eran explícitamente formulados como un cuerpo escrito, es un caso evidente en el que una teoría de arquitectura ecológica debe ser deducida retroactivamente de los testimonios construidos remanentes. En muchas culturas pre-industriales, los elementos naturales eran (y todavía son) tratados comúnmente en forma animista, mito-poética. Teorías constructivas de todo el mundo, como las descritas en el manual chino Chou-li que data del primer siglo A.C. o el tratado sánscrito Manasara aproximadamente coetáneo, así como los principios discernibles en las prácticas de los antiguos griegos, consideran la construcción como un acto sagrado que debe respetar esos elementos. La supervivencia del Feng Shui en China y la colocación ritual de un árbol vivo en la cima de un nuevo edificio en los países nórdicos europeos son resabios evocativos de esa reverencia tradicional hacia el poder trascendente de la naturaleza. El industrialismo y las faces más competitivas de la producción capitalista han llevado a negar el valor sagrado y metafórico de la arquitectura, constituyéndose en una fase instrumental en el viraje hacia prácticas constructivas altamente entrópicas.
Antes de la reproducción extendida de la máquina de vapor de Isaac Watt a finales del s.XVIII, las sociedades en general construían de un modo mucho más sustentable y el consumo energético per cápita era minúsculo en comparación con el de las poblaciones modernas. Actualmente, el impacto combinado de las construcciones y la urbanización en las sociedades industriales juega el rol principal en el insumo de recursos. Este aspecto del desarrollo, que parece incontrolable y es esencial en las políticas modernas, introduce imperativos sociales y políticos en la cuestión ambiental.
El desencanto con la prodigalidad del industrialismo contemporáneo ha llevado a una corriente de arquitectos con inquietudes ecológicas a una idealización ingenua del pasado poco entrópico. [...] En este contingente se incluirían teóricos de la arquitectura como Christopher Alexander y Leon Krier que, aunque con propuestas bastante distintas –la del primero, una arquitectura neovernácula, la del último, una neoclásica- comparten un rechazo sistemático a las tendencias de la modernidad. [...] tal historicidad estática es una base muy limitada para afrontar los complejos problemas presentes. [...] Un retorno al pasado pre-industrial podría aspirar a librarnos de una alta entropía en el futuro, pero es dudoso que semejante mudanza pueda hacerse sin llevar el bagaje de las revoluciones industriales y científicas. [...]
Probablemente el factor más inhibidor de que la ecología se trasforme en algo más que un elemento marginal del discurso arquitectónico es el utopismo endémico que arrastra. [...] la cuestión de cómo procesar un cambio hacia la sustentabilidad desde los condicionamientos impuestos por el capitalismo tardío sin traicionar los derechos ciudadanos es enormemente compleja.
Los movimientos ambientalistas han logrado victorias legislativas e inducido cambios de estilo de vida. Sin embargo, los logros locales en materia de regulación ambiental a menudo son a costa de la calidad ambiental en otro lugar gracias a la flexibilidad y las tácticas encubridoras de que disponen las corporaciones multinacionales. [...] La bienintencionada consigna ambientalista de E.F.Schumacher de “actuar localmente y pensar globalmente” ha sido cooptada en las dos últimas décadas por el proceso de globalización de las fuerzas del desarrollo. Un proyecto para la sustentabilidad requiere estrategias globales que puedan seguir el ritmo de globalización del capital. [...]
Si las nuevas aldeas propuestas por Alexander y Krier son ejemplos de un utopismo nostálgico, hay otras tendencias utópicas que se inclinan hacia el funcionalismo. Una de ellas propone una tecnología constructiva lo menos dispendiosa posible –p.ej. obras tales como las “earthships” de Michael Reynolds (casas con cubiertas de barro y utilizando como materiales envases y llantas usadas) o las fantásticas cáscaras de hormigón, intensivas en mano de obra, de Paolo Soleri en Arcosanti-. Esta corriente, que implica un retiro de la civilización industrial y metropolitana a asentamientos dispersos en el desierto, pertenece a la tradición monástica. Los condicionamientos de la vida social convencional hacen que tales soluciones ambientalmente atractivas sean inviables salvo en lugares remotos y desérticos. El otro enfoque funcionalista es la prosecución de la máxima eficiencia en el uso de los recursos disponibles, un camino predicado por R. Buckminster Fuller y practicado, entre otros, por Norman Foster. Conduce a una utopía tecnocrática. Fuller protagonizó una de las metáforas más aceptadas del movimiento ambientalista, “La nave espacial Tierra” en que las implicancias tecnocráticas son obvias. Su teoría se basa en la creencia de que no es la tecnología la culpable, sino la ineficiencia que lleva a malgastar hasta 95% de la energía. Los requerimientos organizativos e industriales de los proyectos de Fuller, sin embargo, implican un mundo en el que los medios tecnológicos se vuelven más importantes que los fines sociales.
Las soluciones utópicas para reducir la entropía [...] han llevado a muchos híbridos arquitectónicos espectaculares [...] pero estas no son sino curiosas excepciones frente al resto del entorno construido. [...] Son económicamente irrealistas a gran escala porque están concebidas fuera de los sistemas de producción generales y no pueden ser fácilmente integradas sin una ruptura con el sistema ni tienen en cuenta una estrategia de cambio sistemático. [...] Mientras el problema de la alta entropía no se inscriba en el lenguaje social y político de las ciudades, será difícil impulsar estrategias arquitectónicas que puedan tenerse en cuenta, sean responsables o consistentes con la ética en el dominio público. Lo que es decir que, a menos que una arquitectura ambientalmente consciente esté enraizada en prácticas sociales, tendrá escasa posibilidad de producir un impacto significativo en la producción del ambiente construido, pues, parafraseando a Fernand Braudel, la sola tecnología nunca es la causa del cambio social; este siempre es implementado por fuerzas sociales.

La ecología se torna inmanente

Los términos “entropía” y “ecología” fueron acuñados en los años 1860 […]. Por estos tiempos apareció una nueva sensibilidad hacia la naturaleza en la teoría arquitectónica […] derivada, por un lado, de actitudes trascendentalistas que celebraban la integridad de la naturaleza y, por otro, de un imperativo moral de encontrar paliativos a los efectos del industrialismo. Esta denuncia de ambas injusticias paralelas exacerbadas por el capitalismo industrial [la degradación ambiental y la explotación inhumana de la clase trabajadora] estableció un criterio contingente que los actuales ambientalistas a menudo prefieren ignorar: aunque es posible evaluar la crisis de las condiciones naturales por medios científicos y es posible proponer medidas y tecnologías para mitigar sus efectos, la gestión del ambiente es, en último término, un problema social que requiere soluciones políticas.

Esfuerzos utópicos por redimir a la sociedad industrial

La diferencia entre las propuestas estilísticas del Art Nouveau y la contemporánea teoría de las Ciudades-Jardín de Ebenezer Howard (Mañana, un camino pacífico hacia la verdadera reforma, 1898) es equivalente a la que existe entre genotipo y fenotipo –esto es, el proceso orgánico de crecimiento vs. el aspecto del producto ya crecido-. […] Aunque la propuesta de Howard frecuentemente se malinterpreta como una de las fuentes inspiradoras del suburbio norteamericano difuso, y por ende contrario a estrategias de sustentabilidad, originalmente fue la alternativa más opuesta desde el punto de vista social, económico e infraestructural. […]
La experiencia de Letchworth (1904) muestra al mismo tiempo el éxito formal de la urbanización de baja densidad y las dificultades de realizar los principios colectivistas. […] Debido a las aspiraciones divergentes entre los residentes pertenecientes al movimiento reformista, que perseguían un modo de vida con determinadas virtudes, y los de la clase trabajadora, que no compartían los mismos ideales, la villa nunca cuajó como una comunidad. La estética de calles sinuosas y estilo de neo-cabañas derivada del movimiento Arts and Crafts añadió otra dimensión más fácil de exportar que el proyecto cooperativo. […] Sin los estratégicos cinturones verdes e infraestructura regional y sin el desarrollo de una economía y una base cultural local, la comprometida ciudad-jardín se volvió un agente de expansión difusa que, en su dependencia de la ciudad central y el trasporte, invirtió su potencial para reducir la entropía.
La teoría del biorregionalismo [fue] formulada en los años 1880 por reformadores utópicos como el anarquista ruso Peter Kropotkin, como proyecto de asentamiento humano dentro de un sistema biológico complejo, rechazando límites políticos y étnicos arbitrarios en pro de unidades naturales. El biorregionalismo fue propagado por el biólogo y urbanista escocés Patrick Geddes […] y defendido por el crítico norteamericano Lewis Mumford como camino de redención de las enfermedades de la expansión urbana difusa.
Quizás el único intento de una planificación regional coordinada próxima a los ideales del biorregionalismo y la ciudad jardín hayan sido los asentamientos judíos en la Palestina bajo dominio británico, que en 1948 se transformó en el estado de Israel. […] El movimiento de los kibbutz, iniciado fundamentalmente por socialistas rusos y polacos en torno a 1910, proponía la fundación de aldeas comunitarias de características no lejanas a las de Utopia [pequeños asentamientos democráticamente gestionados, de agricultura colectiva y más tarde de industria liviana]. El hecho de que la localización de estas colonias [decidida primero por la Agencia Judía y luego por las burocracias estatales israelitas] resultara finalmente determinada por criterios estratégicos de defensa tanto como por consideraciones biológicas, debido a la situación política histórica de la región, ofrece un buen ejemplo de que el biorregionalismo no puede aplicarse plenamente en un mundo regido por prioridades políticas y militares.
Los kibbutzim, de los que actualmente existen unos 270 (que albergan menos del 3% de la población israelí) son ejemplos permanentes de vida colectiva y preservación del paisaje [pero] jamás habrían durado sin un sentido finalista altamente motivado de base étnica. Esto hace del kibbutz un modelo limitadamente replicable. El resto de Israel, desarrollado con otros criterios, muestra el desequilibrio típico del desarrollo derivado de la occidentalización, la modernización y el capitalismo avanzado que se encuentra en cualquier otra parte del planeta.

El estigma solar del movimiento ecologista

[...] La arquitectura ecológica realizada a partir de la crisis energética carga con el estigma de los colectores solares y generalmente acusa la misma lógica positivista del funcionalismo modernista, por la cual la complejidad de la arquitectura es reducida a la resolución de problemas y funciones aisladas.
[...] La ecología no fue explícitamente asumida por la arquitectura hasta los 1950, cuando Richard Neutra hizo de ella el foco central de sus escritos. [...] Mumford había estado preparando el terreno para el movimiento ecologista desde los años 20 con su ataque persistente a las políticas urbanas y la civilización de la máquina. Sus críticas más devastadoras al complejo militar-industrial se publicaron a final de los 60 en El mito de la máquina. Por esta misma época, Serge Chermayeff agregó sus estudios sobre la conformación de la comunidad [influidos por la teoría cognitiva de la Gestalt]. La forma de la comunidad, escrita con Alexander Tzonis en 1971, fue uno de los primeros intentos académicos de promover una teoría de la arquitectura basada en consideraciones ambientales multidimensionales. [...]
El discípulo más famoso de Chermayeff, Christopher Alexander, [...] escribió con seis colegas A pattern language, publicado en 1977, que es un verdadero tratado de diseño ambientalmente responsable. [...] Su intento de crear un sistema de construcción análogo a los procesos naturales, donde todo está conectado a todo, es un desafío conceptual al rol del autor individual en el proyecto arquitectónico, al tiempo que cuestiona la validez de los métodos industrializados de producir el ambiente.
[...] Probablemente el texto de inspiración ecológica más vastamente usado de este período sea el tratado sobre paisaje de Ian McHarg Proyectar con la naturaleza (1969), que generó conciencia de los rasgos geográficos y naturales como elementos a conservar. Una de las mayores aplicaciones de los métodos de McHarg fue la implementada en The Woodlands, una new town en el extremo de Houston, Texas, fundada en 1971. [...] Los primeros residentes dejaban un paisaje completamente natural en torno a sus casas [lo que] los obligaba a desplazarse en auto para todas sus necesidades básicas –escuela, trabajo, compras- [...]. Salvar un árbol puede ser ambientalmente menos adecuado que ahorrar un viaje.
En los 1960, Paolo Soleri elaboró una teoría utópica llamada “arcología”, proponiendo una síntesis de arquitectura y ecología [...] ilustrada con proyectos fantásticos de megaestructuras para urbanizaciones aéreas, subterráneas y marinas con resonantes nombres bíblicos [...]. Como un profeta, Soleri se trasladó al desierto para fundar Arcosanti, una comunidad demostrativa cerca de Phoenix, construida desde 1970 mayoritariamente con trabajo voluntario de estudiantes de arquitectura. Arcosanti, con sus inmensas estructuras de hormigón abrazando el acantilado, cumple en buen grado las promesa formales arcológicas, pero no resulta un modelo convincente de organización comunitaria ni ecológica porque se basa en la marginalidad geográfica, social y económica.
[Durante los años 70 se registra una serie de esfuerzos para mejorar el desempeño energético en las prácticas rutinarias. Richard Stein, miembro del Sierra Club, formó una comisión de estudio dentro de la AIA (Instituto Americano de Arquitectos) que condujo a la publicación de Arquitectura y Energía (1978). Se aprobaron normas de eficiencia energética, se financiaron investigaciones y concursos que dieron lugar a programas computacionales y dispositivos como paneles de doble vidrio rellenos de argón.]
En California, Sim van der Ryn fue contratado como arquitecto del estado para desarrollar programas de popularización de prácticas de edificación ambientalmente conscientes. Van der Ryn era uno de los fundadores del Instituto Farallones, que realizó en 1974 la Integral Urban House, una demostración viviente de técnicas de habitación sostenibles insertas en una casa urbana victoriana situada en Berkeley. Durante su gestión, se construyeron edificios de oficinas estatales demostrativos de las ventajas en confort y costo de mantenimiento del empleo de sistemas pasivos, como el Bateson Building en Sacramento, basado en soluciones vernáculas, como patios sombreados, e invenciones tecnológicas, como pantallas difusoras de la luz.
El embargo petrolero de 1973 generó una demanda frenética de alternativas energéticas. Los colectores solares se volvieron un símbolo ambiental. [...] Como parte de este movimiento, Judy y Michael Corbett proyectaron un condominio llamado Village Homes, aplicando preceptos de McHarg como calles angostas, drenaje siguiendo la topografía natural y orientación al Sur de todas las viviendas. 50 a 75% de la calefacción se nutre de energía solar. [...] Pero el éxito del emprendimiento no condujo a su réplica [pues] radica en valores comunitarios y conciencia energética, pero no en calidad arquitectónica. Su burda ética, autoerigiéndose en subversión ecológica de la arquitectura atentó tanto como la refractariedad de la profesión contra un cambio general de conciencia.
Edificios recientes proyectados con criterios ambientales frecuentemente son decepcionantes desde el punto de vista formal [...] como la mayoría de los ejemplos mostrados en Arquitectura Verde (1991) de Brenda y Robert Vale. [...] Pocas obras ofrecen una combinación de diseño ecológicamente consciente y una síntesis de buenos detalles, proporciones y organización espacial como para que sean tomados como referentes culturales. [Algunos a mencionar son:] el Museo Kempsey de Glenn Murcott en Nuevo Gales del Sur, el Middleton Inn de Clark y Menafee cerca de Charleston o la Casa Carraro de Lake Flato en San Antonio.
Por supuesto, hay mucho más edificios que, inversamente, encubren un desempeño ambiental deficiente bajo una forma atractiva. El Illinois Center de Helmut Jahn en Chicago o el High Museum de Richard Meier en Atlanta son dos de los ejemplos más conspicuos, con sus superficies vidriadas sobreexpuestas que presagian un seguro efecto invernadero.
Uno de los proyectos ambientalmente inspirados en que el diseño trasmite más que una mera adecuación teleológica al lugar y el clima es el Sea-Ranch, planeado en 1964 en la costa de California. Los rasgos naturales del rudo paisaje fueron preservados apiñando las construcciones. Los arquitectos que proyectaron el condominio inicial –Moore, Turnbull, Lindon y Whitaker- y Joseph Esherick, autor de varias casas, jugaron con una gama limitada de materiales y formas para crear una re-combinación derivada de los establos vernaculares hechos con tablas. A partir de ellos, se establecieron reglas para las futuras edificaciones, pero las construcciones de los últimos 25 años no han mantenido aquella misma armonía con el entorno natural. Con toda su excelencia en construir con la naturaleza, hay que recordar que Sea Ranch es un complejo vacacional, una señal de que muchos de los acercamientos conscientes a la naturaleza se dan preferentemente dentro de márgenes de opulencia y son motivados por el deseo de escapar de los entornos poluidos que generan el excedente pecuniario necesario para construir tales sitios.
[En síntesis:] La primera ola de conciencia ecológica en la arquitectura llevó a reformas en los códigos de edificación, fantasías utópicas y la proliferación de colectores solares que la estigmatizaron como algo trivial en relación al mucho más rico discurso del diseño.

La cuestión ambiental

Sin perjuicio de los temas técnicos y biológicos que conciernen a arquitectura y ambiente, el intento de restablecer el equilibrio ecológico de la biósfera tiene una profunda resonancia social. En efecto, los medios utilizados para explotar y controlar la naturaleza no son distintos de los empleados para explotar y controlar la sociedad. La “cuestión ambiental” en el discurso arquitectónico actual es análoga a “la cuestión de la vivienda” formulada por Engels en el s.XIX. Surgida de la demanda de vivienda sana y agradable para todos, esta cuestión sirvió como una de las críticas más poderosas al capitalismo y movilizó una conciencia de responsabilidad social entre arquitectos y diseñadores. Muchos modernistas [sin embargo] experimentaron una creencia ingenua en sus bienintencionados intentos de resolver la cuestión de la vivienda por medios arquitectónicos.
[...] Ambientalistas que claman por un cambio de la mentalidad occidental dominante antropocéntrica hacia una biocéntrica, raramente toman en cuenta las injusticias sociales inmediatas que reclaman igual solidaridad. Los neo-malthusianos son capaces de interpretar como un proceso natural el hambre en regiones remotas, sin poner en duda ni por un instante su propia existencia bien alimentada.
La cuestión ambiental tiene el potencial de generar una de las críticas más profundas al capitalismo de fines del s.XX [...]. Pero, así como la vivienda social concebida a partir de la cuestión habitacional condujo a algunos de los fracasos más estrepitosos de la arquitectura moderna (fue el crisol de la falacia funcionalista), la respuesta arquitectónica a la cuestión ambiental corre el mismo riesgo. Un funcionalismo verde promete conducir a un similar tratamiento de los síntomas e irrealista prescindencia de un sistema social incambiado. Si el urbanismo y las orientaciones arquitectónicas son reducidas a soluciones mecánicas desde una concepción causa-efecto, en lugar de fundarlas en una concepción social del ambiente, no contribuirán a ningún contexto de justicia social.
Tal consideración es programática antes que proyectual. La efectividad de una arquitectura emergente de la cuestión ambiental dependerá del manejo de otros dos factores: la índole socio-política de las ciudades donde se construyen los edificios y la conciencia de la índole retórica de la arquitectura. La falacia funcionalista [moderna] defeccionó en ambos aspectos.
[...] El más alto sentido de responsabilidad ambiental no radica en la solución sino en la formulación del problema. ¿Puede existir algo así como un equilibrio ambiental si no está socialmente determinado? [...]
Si no se plantea como una cuestión de justicia inter-humana, la cuestión ambiental, a corto plazo, arriesga continuar sumergida y, a largo plazo, requerirá paliativos drásticos y probablemente inhumanos. Los proyectistas y planificadores deberían reconocer que cada acto de diseño no sólo incide en el equilibrio ambiental, sino que también es político-dependiente, y que una estrategia en ambos niveles que no incluya la auto-determinación comunitaria y la reintegración a la sociedad de decisiones vitales tenderá a contribuir a consecuencias represivas análogas a las engendradas por la mayoría de los proyectos públicos funcionalistas de vivienda. La cuestión ambiental como prioridad socialmente fundada requiere que el diseño y el planeamiento conciban la sustentabilidad y la justicia social como condiciones recíprocas: cuidar al planeta y cuidar a la comunidad son inseparables.

Diseño post-apocalíptico

El anuncio de un Apocalipsis verde ha sido usado como táctica atemorizadora, imponiendo una interpretación de todo uso energético en términos apodícticos. […] [Pero] Mientras estadísticamente se demuestra que, a raíz de las políticas ambientales de los años 70 [en la arquitectura], ha habido un gran progreso en el ahorro de energía, las mismas estadísticas revelan que no ha habido ningún progreso en la reducción neta de entropía, porque el desarrollo ha crecido exponencialmente. Por cada BTU ahorrada gracias a una mejor aislación y una orientación adecuada, la misma cantidad ha sido disipada en otras formas de consumo asociadas al modo de vida occidental. [...]
La segunda ola ambientalista, que surgió en Euopa a mediados de los 80, es mucho menos proclive a experiencias utópicas y más al involucramiento político. En lugar de cultivar la paranoia de una adecuación ambiental autosuficiente, el problema ambiental comenzó a trasladarse del dominio de los edificios y las opciones de consumo individuales a las opciones colectivas, desde que es el funcionamiento de las ciudades y la organización urbana lo que produce los mayores impactos. [...] En tiempos post-apocalípticos sólo pueden existir estrategias de cambio en contextos urbanos y ellas son tanto tecnológicas como políticas.
[...] De algún modo, el hecho de que ya no exista una naturaleza prístina ha ayudado a arraigar el factor ambiental en el discurso arquitectónico. Incluso teóricos cínicos como Peter Eisenman, que ha hecho carrera negando a la arquitectura como una actividad socialmente benéfica, han incorporado interpretaciones de fenómenos naturales como la teoría del caos y rizomas análogos [...] La ecología, o lo que hoy podría ser llamado “la interrelación de las cosas en un medio natural antrópicamente modificado” [...] ha penetrado la teoría arquitectónica a través del contextualismo, la tecnología apropiada, la conservación urbana y energética y la organización comunitaria.
Coincidiendo en la crítica a la tabla rasa modernista, diversos teóricos, abarcando desde Robert Venturi a Aldo Rossi, Colin Rowe y Leon Krier, han pregonado un contextualismo en distintos grados [...] aunque sólo Krier se declaró ambientalista. [...] La mayor parte de la generación de arquitectos postmodernista fue absorbida dentro de una red promocional de figuras individuales [lo que] parece haber inhibido su potencial para integrar principios ambientales.
El principal esfuerzo por desviar la cooptación de la crítica del modernismo en tal explotación comercial provino de Kenneth Frampton en su proposición de un regionalismo crítico, que, sin usar la palabra “ecología”, es de inspiración ecologista. [...] haciendo énfasis en la no dependencia de tecnologías universales [...], apelando a lo esencial en lugar de lo meramente visual, lo tectónico en lugar de lo escenográfico [...], sin simular [no obstante] soluciones vernáculas, [...] apuntando a algo más universal a través de su refinamiento de lo particular. Sin embargo, no queda claro cómo un edificio puede ser crítico a la vez que responder a los dictados regionales [...].
La cuestión de a qué se parece un edificio, a qué otros edificios o elementos naturales recuerda y qué representa sigue siendo primordial. Por esto, la función retórica de la arquitectura es tan importante. Un buen edificio debe convencernos de que es bueno, debe tener atractivo como producto cultural a la par de ser un albergue eficiente.
Muchas obras recientes reflejan una estrategia de cambio tendiente a disminuir la entropía y mejorar la organización urbana. En el distrito parisino de Montrouge, el estudio de Renzo Piano produjo un complejo de oficinas para la Corporación Schlumberger conservando hermosamente un barrio obrero [...]. Las dos rehabilitaciones de Croxton Collaborative en Nueva York, una para la Fundación en Defensa de los Recursos Naturales y la otra para la Sociedad Nacional Audubon consiguen logros similares de un modo aún más consciente. En las oficinas Audubon, ubicadas en los formidables Shermerhorn Buildings (1910), casi todo lo desechado del edificio original fue reciclado [...] y el consumo energético se redujo en un 60% por medio de la iluminación natural. [...]
Nuevas tecnologías y materiales están haciendo su camino en ese tránsito, particularmente el panel fotovoltaico. [...]
En sitios no occidentales, donde la cuestión de los recursos naturales y económicos es doblemente importante, la teoría de la tecnología apropiada ha emergido como estrategia transicional. En los barrios nuevos de Bombay, Charles Correa hizo el proyecto de Belpur de 100 unidades de vivienda subsidiadas con mínimos recursos. La planta dispone núcleos de servicios básicos extensibles en dos direcciones para responder a necesidades de crecimiento. En lugar de tecnologías dependientes de fuentes intensivas en energía no disponibles localmente, la construcción es de mampostería y tejas de producción local y fácil ensamblaje. [...] Las pautas espaciales del conjunto conservan relaciones tradicionales sin imitar formas tradicionales.
Actualmente se está proponiendo, como clave para reducir la entropía, una estrategia para controlar la expansión metropolitana sin apartarse de las modalidades de emprendimiento existentes. Peter Calthorpe es quizá su portavoz más notorio. En su libro La Próxima Metrópolis Americana (1993) esboza un modo de atraer a los mismos promotores que están construyendo los suburbios americanos hacia la construcción de vecindarios de escala aldeana conectadas a buenas redes de transporte. La idea es deliberadamente parecida a la ciudad-jardín de Howard, sin los aspectos utópicos de requerir la propiedad colectiva del suelo y un nuevo modo de vida. [...] Lo que distingue al modelo de Calthorpe de la urbanización suburbana es que el terreno que rodea al enclave es protegido para uso agrícola y que el auto no es indispensable. Fue aplicado en el loteo de Laguna Ranch en Sacramento [...] y hay docenas de asentamientos similares [...] entre los cuales el más famoso es Seaside en Florida. [...]
Estos exponentes de lo que ha sido llamado “Nuevo urbanismo” pueden resolver problemas técnicos pero, en último término, contribuyen al chovinismo del suburbio americano, en el que lo bueno le sucede a gente blanca de clase media. Inconscientemente, semejantes modelos refuerzan las injusticias de la discriminación ambiental y banalizan el planeamiento ambiental como un lujo superfluo, análogo al de los productos orgánicos en el supermercado. Existen otros contextos en los que el libre mercado ha sido forzado por una intervención política para introducir propósitos sociales más comprensivos en urbanizaciones más equitativas. Tanto en Almere, una new town para 150.000 habitantes al Noreste de Amsterdam, como en Curitiba, una ciudad de 500.000 habitantes re-planificada al Sur de Brasil, se combinaron una destacada planificación del transporte y programas habitacionales para reducir la dependencia del automóvil y preservar espacios verdes urbanos. Aunque la urbanización está mayormente bajo el control de promotores y políticos, también requiere la imaginación de arquitectos y urbanistas para ir más allá de supuestos dados, técnicos y sociales, y alentar una mejor y más igualitaria calidad de vida.
La actitud hacia la urbanización es lo que, en definitiva, determinará el grado en que la arquitectura puede contribuir a la disminución de la entropía; el día en que la noción de un buen edificio no sea sólo la de incluir buenas proporciones, detalles inteligentes, una estructura y una lectura sensible del programa, sino que también comprenda el desempeño energético y la capacidad de contribuir a un mejor ámbito público. Ser ecológico en un sentido puramente técnico no es suficiente, pero ya no puede estar ausente en el criterio de “bueno”. Pero, por sobre todo, para que la arquitectura sea realmente sostenible, deberá inscribirse necesariamente en una nueva visión urbana de justicia social.